La Casa Verde de Mario Vargas Llosa (1966)
La Casa Verde es más que un libro: Es un desafío. Los autores latinoamericanos de esta época estaban decididos a llevar el lenguaje y la forma novela al límite de romperse si fuera necesario para exponer sus historias. Esta novela probablemente sea el caso más extremo, quizás Rayuela ande por ahí, pero no la he leído así que no puedo comparar.
En este libro tenemos, para empezar, una narración completamente no lineal. Varias historias en principio independientes se van entrelazando hasta formar un todo. Y además tenemos personajes que aparecen con diferentes nombres en diferentes lugares y épocas, sin ninguna aclaración explícita. Múltiples diálogos entre pares de personajes distintos, en distintos lugares y momentos, escritos superpuestos, sin distinguir cuándo es cuándo ni quién es quién más de lo indispensable. Páginas enteras donde un personaje cuenta toda una serie de eventos a otro, no en forma de diálogo sino de monólogo en el discurso indirecto de quien cuenta algo en un fogón.
Y en principio parece que Vargas Llosa lo escribió así de molesto nomás. Poer supuesto esto no puede ser así, los buenos escritores, y está fuera de toda duda que Vargas Llosa lo es, no dan puntada sin hilo. A veces se reordena la acción para manejar el balance de los episodios como se ordena un libro de cuentos, o para dejar desde el principio en suspenso un hilo argumental que recién se cierra al final, o para darle una personalidad a los personajes sólo después de presentarlos.
En este caso, lo enredado del texto es un símbolo de una de las escenografías principales del relato: la Selva Amazónica. Y creo que como símbolo es muy efectivo, porque logró sugerirme ese ambiente y entender que la Casa Verde del título es la Selva y no la otra Casa propiamente dicha que es otro de los escenarios. Y digo que es muy efectivo porque cuando leí este libro yo nunca había estado en la selva. Hoy que estado en tres selvas, dos calientes y una fría, y que identifico las selvas por la cantidad sorprendente de plantas que crecen en las plantas que crecen en otras plantas puedo reafirmar esa asociación simbólica.
Y ninguna de esas selvas era la amazónica, la más gigantesca del planeta. Las historias que se dan en esa selva, aún en los bordes de esa selva, porque no es que toda la historia transcurra en lo profundo de la amazonia, son así de intricadas y entrelazadas. Desfila una galería de personajes tratando de sobrevivir en combate mano a mano con la naturaleza, la miseria material y sus miserias espirituales, armados con su coraje, su fortaleza y sus ganas de vivir.
Creo recordar de cuando leí este libro, unos diez años atrás, que al final no me quedó cariño por caso ninguno de los personajes. Todos tienen sus problemas, todos muestran la hilacha en algún momento u otro. Y todos siguen adelante con sus vidas hasta el inevitable final de las mismas. Pero no resulta triste. Igual esta es la impresión que tuvo el Román de hace diez años. Quizás si lo agarro ahora lo veo diferente. Quizás si lo agarran ustedes ven otra cosa. Ningún libro está completo sin un lector.
Y aparte de todo esto, como ya dije, encarar la lectura de este libro es un desafío más que interesante. Hace falta paciencia, estar atento, observar las estructuras (partes y capítulos) y amor a la lectura (modo cursi off). Yo lo intenté leer varias veces entre los 17 y los 21 ó 22 y recién ahí lo logré. Y la verdad que garpa.
La Casa Verde es más que un libro: Es un desafío. Los autores latinoamericanos de esta época estaban decididos a llevar el lenguaje y la forma novela al límite de romperse si fuera necesario para exponer sus historias. Esta novela probablemente sea el caso más extremo, quizás Rayuela ande por ahí, pero no la he leído así que no puedo comparar.
En este libro tenemos, para empezar, una narración completamente no lineal. Varias historias en principio independientes se van entrelazando hasta formar un todo. Y además tenemos personajes que aparecen con diferentes nombres en diferentes lugares y épocas, sin ninguna aclaración explícita. Múltiples diálogos entre pares de personajes distintos, en distintos lugares y momentos, escritos superpuestos, sin distinguir cuándo es cuándo ni quién es quién más de lo indispensable. Páginas enteras donde un personaje cuenta toda una serie de eventos a otro, no en forma de diálogo sino de monólogo en el discurso indirecto de quien cuenta algo en un fogón.
Y en principio parece que Vargas Llosa lo escribió así de molesto nomás. Poer supuesto esto no puede ser así, los buenos escritores, y está fuera de toda duda que Vargas Llosa lo es, no dan puntada sin hilo. A veces se reordena la acción para manejar el balance de los episodios como se ordena un libro de cuentos, o para dejar desde el principio en suspenso un hilo argumental que recién se cierra al final, o para darle una personalidad a los personajes sólo después de presentarlos.
En este caso, lo enredado del texto es un símbolo de una de las escenografías principales del relato: la Selva Amazónica. Y creo que como símbolo es muy efectivo, porque logró sugerirme ese ambiente y entender que la Casa Verde del título es la Selva y no la otra Casa propiamente dicha que es otro de los escenarios. Y digo que es muy efectivo porque cuando leí este libro yo nunca había estado en la selva. Hoy que estado en tres selvas, dos calientes y una fría, y que identifico las selvas por la cantidad sorprendente de plantas que crecen en las plantas que crecen en otras plantas puedo reafirmar esa asociación simbólica.
Y ninguna de esas selvas era la amazónica, la más gigantesca del planeta. Las historias que se dan en esa selva, aún en los bordes de esa selva, porque no es que toda la historia transcurra en lo profundo de la amazonia, son así de intricadas y entrelazadas. Desfila una galería de personajes tratando de sobrevivir en combate mano a mano con la naturaleza, la miseria material y sus miserias espirituales, armados con su coraje, su fortaleza y sus ganas de vivir.
Creo recordar de cuando leí este libro, unos diez años atrás, que al final no me quedó cariño por caso ninguno de los personajes. Todos tienen sus problemas, todos muestran la hilacha en algún momento u otro. Y todos siguen adelante con sus vidas hasta el inevitable final de las mismas. Pero no resulta triste. Igual esta es la impresión que tuvo el Román de hace diez años. Quizás si lo agarro ahora lo veo diferente. Quizás si lo agarran ustedes ven otra cosa. Ningún libro está completo sin un lector.
Y aparte de todo esto, como ya dije, encarar la lectura de este libro es un desafío más que interesante. Hace falta paciencia, estar atento, observar las estructuras (partes y capítulos) y amor a la lectura (modo cursi off). Yo lo intenté leer varias veces entre los 17 y los 21 ó 22 y recién ahí lo logré. Y la verdad que garpa.
"ningún texto está completo sin un lector" Bravo!
ResponderBorrarEste año en lengua española hablaron de un par de cosas copadas sobre el lector modelo y el narrador modelo: algo así como que el autor inventa un personaje que es el narrador (aunque no sea un personaje dentro de la historia) y escribe para un lector que no es el lector real. Era todo muy interesante, o me pareció eso porque en realidad tampoco fui a esas clases...
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